desde la fecha final del estado de alarma a final del mes de junio, y admitir la incorporación de manera gradual de sus empleados en función de la actividad que fuera recuperando la empresa. El Gobierno dio una importancia exagerada a un acuerdo que era la única salida posible para evitar el cierre de las empresas y, por tanto, convertir la suspensión de contratos (ERTE) en despidos definitivos (ERE). Al mismo tiempo, se regulaba de forma compleja y poco razonable el porcentaje del coste de la Seguridad Social que la empresa debía empezar a asumir por los empleados que volvían al trabajo, y por los que seguían acogidos al ERTE.
Gradualidad ¿Se resuelve de esta forma el problema real? En absoluto. Sólo se aplaza una vez más. El Gobierno y los agentes sociales se verán obligados a sentarse de nuevo a negociar un nuevo aplazamiento. El Gobierno plantea una nueva fecha para la incorporación de toda la plantilla: final de septiembre. Esta fecha vuelve a carecer de sentido práctico debido a que nadie en esa fecha puede saber si la actividad económica de la empresa se habrá normalizado. Los empresarios, con toda la lógica, quieren que se respete el auténtico sentido de los ERTE, que no es otro que recuperar la plantilla de manera gradual a medida que el ritmo de la actividad lo precise. ¿Acaso estamos empeñados en que los ERTE se conviertan en ERE? Es decir, ¿que los casi 4 millones de contratos en suspensión temporal pasen a ser extinciones definitivas? ¿Nos estamos quizás haciendo trampas al solitario? ¿A quién se pretende engañar? No hay nadie que pueda adivinar cuándo se recuperará del todo la actividad económica. En consecuencia, si se quiere salvar a las empresas de la quiebra y recuperar el empleo de forma realista, no se puede poner una fecha fija.
Hay que prever un tiempo, suficientemente amplio, para que sea la recuperación económica la que marque el momento de contar de nuevo con toda la plantilla. El empresario lo que desea es volver cuanto antes a plena actividad y contratar a cuantas más personas mejor. Forzar la realidad demuestra, en primer lugar, un desconocimiento total de la empresa y, en segundo, se logra justo lo contrario de lo que se pretende: el cierre masivo de empresas y el incremento espectacular del paro.
Profesor Emérito del IESE Business School
Sandalio Gómez
E s sorprenderte la forma en que el Gobier
no ha utilizado los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), que son una figura importante de flexibilidad y contempla la legislación actual, para hacer frente a las crisis económicas, evitando el cierre de empresas y el incremento del número de parados. ¿Cómo se ha utilizado una herramienta fundamental para afrontar la pandemia del Covid-19 con los menores daños posibles? ¿Estamos quizás haciéndonos trampas al solitario? Veamos:
La primera trampa ha consistido en ligar la duración de los ERTE basados en la pandemia al final del estado de alarma. El atractivo para que la empresa "cayera en la trampa" ha sido doble: los expedientes se aprobarían con especial rapidez, y el coste de la Seguridad Social de los empleados afectados iría a cargo de la Administración. El anzuelo estaba echado: rapidez en la aprobación y ahorro de costes. Al mismo tiempo, el Gobierno evitaba contabilizar a los trabajadores afectados por ERTE como parados.
Europa Press
La segunda trampa es más sorprendente si cabe: la empresa debe comprometerse a reintegrar a toda la plantilla una vez finalizado el estado de alarma y, además, debe mantenerla durante seis meses sin despedir a nadie. En caso contrario, tendría que devolver íntegramente toda la ayuda recibida. La pregunta que subyace es obvia: ¿Cómo es posible que el Ministerio de Trabajo pensara que una vez finalizado el estado de alarma la empresa iba a recuperar de golpe la actividad que existía en el mes de febrero y a contar de nuevo con toda la plantilla como si nada hubiera pasado? Era un supuesto sin ningún sentido, que además va contra la misma esencia del ERTE, que pretende se mantengan "hibernados" los contratos, ¿hasta cuándo? Hasta que se recupera de nuevo el ritmo de la actividad económica. Nadie suponía tal cosa.
Como era fácil de prever, a medida que se acercaba el final del estado de alarma, la inquietud de las empresas aumentaba en "decibelios". No hubo más remedio que plantear una negociación con sindicatos y Gobierno "in extremis" para desplazar la incorporación de la plantilla
Yolanda Díaz, ministra de Trabajo.
Los ERTE y las trampas al solitario