Virus ideológicos
Santiago Álvarez de Mon
S i el liderazgo es una expe
riencia relacional capaz de transformar la realidad, el primer deber de un buen líder es estar en contacto con la misma. Elemental, amigo Watson, fácil de decir, es más difícil de practicar. A menudo, entre la realidad y nuestra percepción personal se abre un boquete importante que nos coloca literalmente en fuera de juego. Con los años, nuestras habilidades de observación, otrora incisivas, penetrantes, curiosas, asombradas, se tornan selectivas, interesadas, fragmentadas, sólo ven un ángulo parcial y limitado de un cuadro social más complejo y variado.
"¿Tu verdad?, no, la verdad, y ven conmigo a buscarla, la tuya, guárdatela", dice la sabiduría machadiana. Cómodos, dogmáticos, cerriles, víctimas de prejuicios que distorsionan la calidad de nuestra mirada, nos replegamos sobre territorios mentales
ya transitados, familiares, al calor de quien piensa y siente como nosotros. Ahí fuera, solos, hace mucho frío.
Esta distorsión intelectual y moral, justo lo contrario que la humildad y honestidad requeridas para seguir despiertos y aprender de la vida, aqueja a multitud de profesionales. Algunos ejemplos. En cualquier facultad de Ciencias de la Información, germen natural de los futuros periodistas, te explican la clásica diferencia entre opinión e información. Un periodismo serio, riguroso, centrado en una investigación independiente, importante muro de carga del edificio democrático, viga maestra que muestra rendijas preocupantes, distingue entre las dos caras del mismo oficio. Aquella precisa de datos, hechos, de fuentes contrastadas, y a la luz del material "incautado" se opina de una u otra manera. Esa discrepancia es crítica, esa diferente línea editorial es necesaria, aire puro que impide que la democracia se endiose y prostituya. Lo malo es cuando se altera el orden natural de factores, entonces la información trabaja selectivamente al servicio de la opinión. El artículo empieza por el
final, ya predeterminado; el resto es construir un relato tergiversado.
Fenómeno de distracción, puede llegar a realizarse de forma inconsciente, también se da en el ámbito académico. En nuestros trabajos de campo, salvo los investigadores más serios, honrados, inteligentes, tenaces, humildes, encontramos casualmente los datos que confirman la bondad de nuestras hipótesis de trabajo, y los que pudieran cuestionar el rigor de nuestra propuesta son oportunamente silenciados. ¿Por qué no dejar hablar a los hechos, pueden ser muy elocuentes, y que luego la palabra intente encontrar causas explicativas razonables?
En el ámbito político esta deformación puede alcanzar caracteres alarmantes. Sometidos a procesos de selección, contratación, formación, desarrollo, retribución, atípicos -no abundan los curriculum de personas que tengan otra forma alternativa de
Hay otros virus de índole moral que nos impiden entender el misterio de una vida buena
ganarse la vida-, las guardias pretorianas del poder coadyuvan a que los políticos pierdan el pulso de la calle, allí donde late el talento y energía de un país. La prevalencia de las ideologías, algunas huelen a naftalina totalitaria, dificulta una visión nítida de la imagen real del mundo. Más de uno debería acudir al oculista y actualizar su número de dioptrías.
Enjuagues La figura del Papa se presta a este tipo de enjuagues. Como si fuera un kleenex de coger y tirar, en función de la temática de turno. Dos casos diferentes, el mismo Francisco. Con motivo de su última Encíclica, Tutti Fratelli, algunos economistas liberales, dicho en versión europea, se ponen nerviosos en cuanto el Papa, siguiendo la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia desde la Rerum Novarum, habla de un reparto justo de la riqueza, o denuncia la pobreza, o defiende a los que se quedan tirados a las puertas de la abundancia. Zapatero a tus zapatos, le vienen a decir. Hable usted de la eternidad, del cielo, del pecado, del alma, pero sobre las leyes del mercado, sobre el
papel del Estado en una economía abierta, chitón.
En el otro extremo es todavía más sangrante. Personajes públicos anclados en el paleolítico marxista, imbuidos de una interpretación materialista de la realidad, obsesionados con la lucha de clases, alérgicos a una educación de clara raíz cristiana -la religión es el opio del pueblo- recelosos de todo lo que huela a iniciativa privada, a libertad, a dignidad de la persona, se acercan al Papa para pescar en caladeros desconocidos. Convendrían que leyeran atentamente las palabras del Papa con motivo de la visita del presidente del Gobierno, advirtiendo "de las ideologías que se apoderan de la interpretación de una nación y desfiguran la patria, que se construye con todos... Es algo recibido de nuestros mayores y que tenemos que dar a nuestros hijos".
El coronavirus, letal, implacable, insensible al dolor, no es el único que nos aqueja. Hay otros virus de índole moral que nos impiden entender el misterio de una vida buena. Convendría también buscar una vacuna contra ellos.
Profesor en IESE